El espectáculo está garantizado en la cita de los presidentes de EE UU y Rusia en Helsinki. Así lo indican la personalidad de Donald Trump y Vladímir Putin, su común necesidad de presentar como éxito propio la demorada reunión de este lunes y el suspense alimentado ante la primera cumbre propiamente dicha entre los mandatarios. Pero los resultados del encuentro solo se podrán analizar sobriamente cuando la realidad disipe los efectos teatrales. Las expectativas de los analistas son modestas, pues las relaciones están en su peor momento desde el fin de la Guerra Fría.
Los vínculos bilaterales, lastrados por una desconfianza creciente, se han degradado cualitativamente desde 2014, cuando Rusia se anexionó Crimea y apoyó militarmente a los secesionistas de Ucrania. La principal urgencia internacional de Moscú es contener la escalada de sanciones occidentales que le imponen restricciones financieras y dañan su economía.
Desde el ámbito de la seguridad internacional, tal vez lo mejor que puede pasar, en opinión de Andréi Kortunov, director del Consejo de Asuntos Internacionales de Rusia (un influyente think tank cuyas siglas rusas son RSMD), es “reafirmar compromisos de principios” y “restablecer mecanismos de comunicación” bloqueados desde 2014, para que ambas partes puedan tomarse la temperatura de forma regular y evitar que las relaciones sigan descomponiéndose con el riesgo creciente de un enfrentamiento bélico directo. “Pase lo que pase, ambos presidentes intentarán presentar su reunión como un gran avance. Putin lo tiene mejor para anunciar un éxito porque no tiene ni un fiscal que lo investigue ni un Congreso que lo limite, sino funcionarios complacientes prestos a aplaudirle, pero Trump se le adelantará antes con su Twitter”, dice Kortunov con ironía.
Pese a su retórica sobre la sustitución de los socios occidentales por otros, como China, India, Irán o asociaciones de países emergentes como los BRICS, Putin quisiera restablecer la imagen de Rusia como superpotencia. En la mentalidad de la clase dirigente rusa (que sigue considerando a Washington como el último criterio de referencia), eso supone decidir en pie de igualdad con EE UU sobre el sistema de relaciones y reparto de responsabilidades en el mundo. Ahora bien, Rusia quiere volver a la relación de antaño sin concesiones en la forma de comprender su área de influencia, tanto en el entorno postsoviético como fuera de él.
Para Putin la misma celebración de la cumbre ya es un éxito, dice Kortunov. El campeonato mundial de fútbol ha mejorado la opinión pública occidental hacia los rusos y estos se muestran más abiertos ante los forasteros. La proporción de rusos deseosos de que su país se relacione con Occidente como socio ha aumentado (un 61% frente a un 43% en enero de 2017) y la de los que ven a Occidente como adversario ha disminuido (del 31% al 16%), según un sondeo del centro Levada. Dados los problemas financieros del Estado, los ciudadanos rusos quieren acuerdos que ahorren dinero, en el campo de no proliferación de armamento nuclear, en Siria y en la lucha contra terrorismo, señalan los analistas Denis Vólkov y Andréi Kolésnikov.
“Lo importante es poner en marcha algún nuevo mecanismo, fijar que descendimos al nivel más bajo y que ahora comenzamos a salir a la superficie y acompañar las declaraciones al efecto con instrucciones a los expertos para trabajar los temas de una forma más concreta, tal vez incluso concertar otra cumbre más elaborada para el otoño”, afirma Kortunov. “Las posibilidades de Trump son limitadas, porque la actitud negativa hacia Rusia de la clase política norteamericana no cambiará, por eso el énfasis se pone en encontrar coincidencias que no causen gran irritación a los conservadores del estilo del senador John McCain”, añade.
Posible acuerdo sobre Siria
Según Kortunov, para Trump es importante “volver a Washington y decir que se ha puesto de acuerdo con Putin en que los rusos no volverán a interferir en las relaciones con EE UU, pero Putin no reconocerá nunca la eventual interferencia. Un acuerdo sobre este tema debería tener carácter bilateral, es decir, fijar también las acusaciones de Moscú a EE UU de haber interferido durante años en la política rusa con dinero, fundaciones, asesores y ONG, algo que Trump no puede hace”. Las dos partes entienden el concepto de interferencia de distinta manera y eso dificulta una declaración que vaya más allá de un compromiso de no inmiscuirse en los asuntos respectivos en el futuro.
En la posibilidad de desatascar conflictos regionales las previsiones más optimistas se refieren a Siria, donde podría llegarse a un acuerdo (con muchos participantes tácitos en la trastienda), cuyo fin real sería alejar a las milicias apoyadas por Teherán de las fronteras con Israel y de los Altos del Golán. Este acuerdo supondría que las fuerzas gubernamentales sirias apoyadas por las fuerzas aéreas rusas se hacen con el control del suroeste de Siria, en la frontera con Israel y Jordania. Trump aceptaría así a Rusia como factor clave de estabilidad para Israel por la capacidad de Putin de influir en el líder sirio y de eclipsar en consecuencia la influencia de Teherán sobre él.
Fuente: El País.es