Cristina Sánchez viaja con su perrito Chico, tres maletas y una decisión: huir de las invivibles condiciones que dejó el huracán María en Puerto Rico. Ahora forma parte del éxodo puertorriqueño que impactará el centro de Florida tanto como los cubanos definieron Miami en el siglo XX.
Desde el avión que la lleva de San Juan a Orlando, Florida, Cristina mira lo que deja atrás: una isla en el Caribe que debería ser un paraíso turístico, pero que María convirtió en un infierno para sus 3,4 millones de habitantes.
"Es un alivio irme de la isla y alejarme de un lugar donde todo se puso tan complicado", dice la maestra de 43 años. Su perrito viaja dopado a sus pies.
El 20 de septiembre, el huracán atravesó Puerto Rico con vientos de 250 Km/hora. Destruyó su sistema eléctrico y sus telecomunicaciones y probablemente haya matado a 500 personas, según reportes de prensa, aunque el conteo oficial suma 58.
Cristina estuvo desde entonces sin agua ni electricidad. Diabética, se encontró en riesgo de vida cuando no pudo mantener refrigerada la insulina.
"No me había ido de la isla en 10 años. Ahora estoy huyendo de ella, literalmente", dice a la AFP. Se le forma un nudo en la garganta. Pero añade: "Estoy huyendo de todo lo que pasa allá, y eso viene con una factura emocional".
Cuando llega al aeropuerto en Orlando, se dirige al Centro de Recepción destinado a los refugiados puertorriqueños, uno de los tres que estableció la gobernación de Florida al prever la crisis humanitaria que se avecinaba.
Allí, los boricuas obtienen ayuda para adaptarse a su nueva vida, como un subsidio de vivienda que ofrece la agencia federal de manejo de emergencias FEMA, asistencia psicológica y ofertas de empleo.
- Y en enero, ¿qué? -
Cristina sale optimista porque FEMA le pagará un hotel hasta enero, tiempo que cree suficiente para conseguir empleo y "ponerse en pie".
Pero Déborah Oquendo, otra refugiada puertorriqueña de 42 años que ya lleva casi dos meses en Orlando, ve las cosas color de hormiga.
"Espero ya tener trabajo en enero", dice Déborah, sin convicción. No sabe qué hará entonces, cuando se le acabe el subsidio federal de vivienda. Con una bebé de 10 meses, no puede ni siquiera ir a las entrevistas de empleo, mucho menos trabajar.
Se teme que muchos puertorriqueños queden entonces en la calle.
"Cuando eso termine, ¿qué pasará con estas familias? Hemos estado ayudando a familias que viven en sus coches con sus niños", dijo a la AFP Maritza Sanz, presidenta de Latino Leadership, una ONG que recibe y distribuye donaciones para los recién llegados.
El historiador Luis Martínez Fernández, de la Universidad Central de Florida, advierte que los principales -y más urgentes- desafíos son ahora la vivienda, la educación y la salud.
"Una de las características que no habíamos visto antes en los procesos migratorios de los puertorriqueños es la desesperación", dice a la AFP.