Andrés Manuel López Obrador navegó con viento a favor en las aguas turbulentas de la carrera presidencial mexicana. Puntero en todas las encuestas desde hace meses, el candidato de Morena ganó las elecciones y trató de transmitir una imagen de líder pragmático y conciliador, diferenciada de la de sus dos anteriores intentos, en 2006 y 2012. Un viraje que le ha llevado a incluir en su equipo y entre sus seguidores a muchos que antaño eran rivales. Un movimiento que no pocos consideran oportunista.
Sijo que será la última vez que luche por la presidencia. De no terminar en Los Pinos, se irá a La Chingada, el nombre de su finca, y una expresión que, en México, también significa irse a la mierda. En esta ocasión, el líder de Morena, la formación progresista que fundó a su imagen y semejanza después abandonar el Partido Revolucionario Democrático (PRD) tras las últimas elecciones, se erige como un político capaz de acoger a todo aquel que quiera un cambio para México, independientemente de su pasado y filiación ideológica.
“Queremos unir a todos los Méxicos”, suele repetir Alfonso Romo, el empresario regiomontano encargado de desarrollar el plan de gobierno de López Obrador, una de las personas con más influencia sobre el candidato. A partir de esa máxima, ha ido sumando adeptos y consolidándose en los sondeos. Un promedio analizado por este diario a partir de 12 encuestas le da una ventaja de casi 10 puntos sobre Ricardo Anaya, aspirante de Por México al Frente y de 12 sobre el candidato del PRI, José Antonio Meade.
Una de las principales muestras de que a López Obrador le importa más lograr la victoria –para impulsar que el cambio que promete- sin hacer caso a las credenciales o las contradicciones fue la alianza que suscribió con el Partido Encuentro Social en diciembre, y que junto al PT y Morena forma la coalición Juntos Haremos Historia. Conservador, afín a los evangélicos y firme defensor de la familia como el pilar de la sociedad, Encuentro Social es un partido que en su día estuvo aliado con el PRI y el PAN y siempre se ha considerado que fue impulsado por el exsecretario de Gobernación del PRI Miguel Ángel Osorio Chong para acercar el voto evangélico al partido gobernante. Osorio Chong era el candidato que mejor lucía en las encuestas para aspirar a suceder a Peña Nieto hasta que el presidente se decantó por José Antonio Meade. La alianza contra natura con un partido reaccionario se produjo solo seis meses después de que, en un acto, López Obrador citara a Encuentro Social como una de las formaciones con las que “para ser claros y precisos” no podían juntarse.
La siguiente incorporación llamativa fue la de Gaby Cuevas, una senadora del PAN que afianzó su carrera en el partido conservador haciendo oposición al Gobierno de López Obrador en la Ciudad de México, que gobernó entre 2000 y 2005. En esa misma línea, la pasada semana, el líder de Morena recibió el apoyo de Germán Martínez, expresidente del PAN. En un artículo en el diario Reformatitulado AMLO, ¿peligro para México?, Martínez celebraba la moderación del discurso de López Obrador, quien, según confesó, le había ofrecido ser candidato a fiscal general.
En Morena defienden todos estos movimientos al considerar que tanto Encuentro Social como los políticos que se adhieren a la coalición asumen las líneas maestras de Morena y que estas, insisten tanto en público y en privado, no van a cambiar pese a la amalgama que están formando. Además, con la incorporación de los que antaño fueron rivales tratan de extirpar la idea de que López Obrador sigue siendo un peligro para México, una tesis sobre la que se basaron los críticos en las dos anteriores campañas y que sigue permeando en buena parte de la sociedad mexicana. En el caso del PRI, sus dirigentes siguen tratando de hacer calar la idea de que una llegada de López Obrador al poder llevaría a México a una situación como la que atraviesa Venezuela, al considerar que el líder de Morena no ha sido no solo lo suficientemente crítico con Hugo Chávez, en su día y ahora con Nicolás Maduro, sino que los apoya.
Las últimas incorporaciones de peso han sido la de su sucesor al frente de la capital mexicana, el popular Marcelo Ebrard, que regresa a México tras los cuestionamientos a su gestión y la de Ricardo Monreal, delegado [alcalde] del centro de la capital mexicana. Después de fulminarlo de la carrera por gobernar la Ciudad de México ha terminado por lograr su apoyo.
Si bien López Obrador ha conseguido despojarse de buena parte de la carga crítica que pesaba sobre él, aún sigue habiendo dudas sobre si la imagen de cambio que transmite es fidedigna. Sus ataques esta semana contra el analista Jesús Silva-Herzog Márquez y el historiador Enrique Krauze, a raíz de un artículo del primero, han vuelto a evidenciar la poca autocrítica que siempre se le ha achacado al líder de Morena.
Una de las grandes diferencia con los dos intentos previos a la presidencia es que López Obrador ha recurrido al humor en diversas ocasiones, como le han recomendado muchos de sus colaboradores, sabedores de que su peor defecto político es su carácter. En sus intervenciones, no obstante, sigue perseverando la idea de que solo con su llegada al poder se solucionarán los problemas de México. A la espera de poder ofrecer un programa concreto, en los últimos meses ha tomado la iniciativa a la hora de poner sobre la mesa electoral la inseguridad, con sugerencias tan arriesgadas y criticadas como otorgar amnistía a implicados en delitos de narcotráfico. Más allá, tendrá que demostrar aún cuál es realmente su plan para solucionar los males de México.
Fuente: El País.es/Javier La Fuente