Era consecuencia que se veía venir ya en Abu Dis, donde el esqueleto de lo que estaba llamado a ser un parlamento descansa a pocos metros del muro de separación que Israel comenzó a construir en 2004 y separa la ciudad de Jerusalén como una enorme cicatriz de cemento.La decisión de Donald Trump de reconocer Jerusalén como capital de Israel ha sacudido Tierra Santa y el nombre de esta localidad de 30.000 habitantes, dividida entre territorio perteneciente a la Ciudad Santa y Cisjordania, vuelve a sonar en los medios. ¿El motivo? La filtración que fuentes diplomáticas realizaron a «The New York Times» sobre la propuesta del heredero a la corona saudí, Mohamed Bin Salman, al presidente Mahmud Abás de descartar Jerusalén Este como capital de un futuro Estado palestino y retomar la opción de Abu Dis.
«Es un antiguo plan de los israelíes, de los años noventa, que incluso nos propusieron renombrar el pueblo como Al Quds, pero nuestra única capital siempre será Jerusalén, la ciudad que tiene la llave para la paz en toda la región. Abu Dis no es más que la puerta a esa capital», señala el alcalde de la localidad, Abdala Bader, que piensa que «Trump completa el trabajo que inició Balfour hace 100 años, pero los palestinos no vamos a ser tan inocentes como lo fuimos entonces». Dos retratos de Yaser Arafat y Mahmud Abás presiden un despacho por el que desfilan los vecinos para preguntar qué ocurrirá tras la decisión de Trump. El alcalde, de 68 años, pide paciencia y recurre a Alá para tranquilizar a la gente. Su discurso es una mezcla de melancolía y realismo. Pertenece a esa vieja guardia de dirigentes palestinos que han pasado por la etapa revolucionaria, la de la esperanza en la paz tras la firma de Oslo y que ahora son conscientes de que «estamos solos en esta lucha, los países árabes no moverán un dedo porque sus líderes saben que si nos apoyan, perderán sus sillones. Sólo Erdogan se ha mostrado solidario de verdad, los demás son unos mentirosos», sentencia un alcalde al que también le defrauda «el silencio de Europa y de la ONU». Un vecino entra en el despacho y, al escuchar el tema central de la conversación, anuncia que «si se quedan con Jerusalén estallará la tercera intifada, no vamos a quedarnos con los brazos cruzados». Palabras ante las que callan el resto de personas presentes.
Sin protestas por el mal tiempo
A escasos metros del ayuntamiento está la universidad de Al Quds, uno de los principales centros de Cisjordania, con más de 15.000 alumnos inscritos. Aunque las facciones palestinas han convocado tres jornadas de lucha por la decisión de Trump y ya han circulado las primeras fotos de quema de banderas de Estados Unidos e Israel, «los jóvenes no se movilizan porque hace muy mal tiempo, la gente con la lluvia y el frío se va pronto a casa, pero aquí tenemos la fama de ser muy combativos», apunta Abdul Salam Aiat, empleado de la municipalidad que se ofrece a mostrar el edificio abandonado del parlamento al periodista extranjero.
La calle central de Abu Dis está desierta. Imposible imaginar en este lugar una capital para un Estado árabe. En apenas unos minutos se llega hasta el muro y allí mismo se encuentra el esqueleto del parlamento que empezaron a levantar en el 2000 y que lleva 17 años congelado. Desde las azoteas de los edificios próximos se divisa a lo lejos la inconfundible cúpula dorada del Domo de la Roca. «Estamos a solo dos kilómetros, pero yo no tengo permiso para ir a Jerusalén desde hace quince años. Los israelíes piensan que nos conformamos con una capital desde la que se pueda ver la Explanada de las Mezquitas, pero se equivocan», apunta con tristeza. El sistema de permisos impuesto por los israelíes hace que para generaciones enteras de palestinos, cristianos y musulmanes, sea más sencillo viajar al extranjero a través de Jordania, que poner un pie en la Ciudad Santa.
La capital que Mohamed Bin Salman propone a los palestinos se ahoga entre el muro israelí y el asentamiento de Ma’ale Adumin, donde viven más de 40.000 colonos y que continuamente confisca tierras de este pueblo palestino para seguir expandiéndose, pese a que la legislación internacional lo considera ilegal. «Como decía Abu Omar (nombre de guerra de Arafat) estamos aquí, esta es nuestra tierra y tenemos tiempo, con el tiempo venceremos», piensa Abdel Salam mientras mira la cúpula dorada, tan cercana como imposible de visitar para miles de palestinos.