"Cuando se cocinaba a las personas… éstas se iban poniendo chiquititas y se les iba picando con un fierro hasta que no quedaba nada".
Luego "se empinaba el tonel para vaciar los residuos en el suelo... que, la mera verdad, era muy poco".
Este es parte del relato de alguien que, al menos durante 2011, estuvo preso en el Centro de Reinserción Social (Cereso) de Piedras Negras, un municipio de 140.000 habitantes del norte mexicano, a escasos 6,35 kilómetros en línea recta de la frontera con Estados Unidos.
La de este hombre cuyo nombre no se especifica es una de las 119 declaraciones recogidas por la Fiscalía General del Estado de Coahuila y que, sumadas al análisis de una amplia base documental, llevó a los investigadores Sergio Aguayo y Jacobo Dayán a concluir que dicha cárcel fue clave para que los Zetas se convirtieran en lo que se convirtieron: la organización criminal más brutal de México.
Así lo afirman Aguayo, profesor del Colegio de México (Colmex) e investigador asociado del FXB Center for Health and Human Rights de la Universidad de Harvard (EE.UU.), y Dayán, profesor de la Universidad Iberoamericana y experto en derechos humanos, en el informe El yugo Zeta. Norte de Coahuila 2010-2011, publicado a finales de noviembre.
Según los académicos, el penal de Piedras Negras fue una "enclave criminal" controlado por los Zetas, el grupo que nació como brazo armado del Cartel del Golfo pero que, tras escindirse de éste en 2010, se convirtió en un cartel con derecho propio.
Pero no solo eso.
"Fue una pieza clave en toda la organización empresarial y criminal del cartel", asegura Aguayo a BBC Mundo. "Un cuartel seguro en el que podían actuar sin preocupación con distintos propósitos".
Según los investigadores, el enclave fungió de:
- Taller mecánico donde alterar vehículos y fabricarles un cajón oculto en el que transportar droga a Estados Unidos
- Lugar ideal para mantener a los secuestrados hasta que los familiares pagaran el rescate
- Centro de torturas y donde ejecutar a los detenidos fuera de la prisión y hacer desaparecer sus cadáveres
- Fuente de ingresos, tanto por la venta de drogas interna como por la cuota que hacían pagar los internos
- Base social de la que reclutar a criminales para operativos externos
- Refugio para los jefes del cartel cuando eran perseguidos por las autoridades federales o la Marina mexicana.
"Pero sobre todo era un campo de exterminio subsidiado por el Estado, por ello de que funcionaba adentro de unas instalaciones estatales y con, cuanto menos, la omisión de ese gobierno", subraya Dayán, el otro autor del informe, a BBC Mundo.
Un lugar en el que, como contó aquel recluso, se "cocinaban" personas.