Una talentosa generación belga muy bien instruida por el técnico español Roberto Martínez fundió a Brasil, exilió a Neymar y garantizó el éxito de una selección europea en este Mundial. En un Mundial en el que de poco han servido las jerarquías. La alta burguesía del fútbol se ha ido por la gatera. En Rusia, ausente Italia, ya han caído otros cinco campeones: la Canarinha, Alemania, España, Argentina y Uruguay. Y por el camino han quedado fulminados Cristiano, Messi y el diez brasileño, que dejó su segundo Campeonato del Mundo con más delaciones del VAR que goles o jugadas versallescas. De momento, en la gran pasarela de las semifinales desfilarán con púrpura Griezmann, Mbappé y Hazard.
Bélgica se ganó el próximo pulso vecinal con Francia tras un partido de alto voltaje con la pentacampeona, que ya sabe que, como mínimo, pasarán veinte años entre su último título (2002) y un posible descorche en Qatar 2022. Brasil se fue de Rusia porque no rectificó a tiempo. En un duelo pendular, Bélgica abrió brecha con un primer acto para fardar en el que dejó sonado a su heráldico adversario. Cuando Tite quiso darse por enterado del baile táctico de los belgas, a Brasil no le alcanzó con un segundo tiempo con más nervio y menos tachas en la pizarra. De un reto ajedrecista sacó más ventaja Roberto Martínez, pese a que la otra marcha de Brasil le tuvo con la nuez anudada hasta el último parpadeo de un encuentro a la altura de un Mundial. Intrigante, tácticamente didáctico y con varios destellos individuales.
De entrada, el catalán Roberto Martínez agitó el tablero y sacó la cadena a Brasil. Del primer tramo, en el que Bélgica encaminó su victoria, mucho tuvo que ver la autoría del seleccionador de Bélgica. El técnico ilerdense sorprendió a su colega Tite con su planteamiento. El conjunto europeo desorientó a su rival al desplazar al gigantón Lukaku al costado derecho, con el fino De Bruyne como ariete postizo y al mañoso Hazard por la izquierda. Martínez prefirió resguardar a Mertens, otro delantero con recursos, en favor de Fellaini en la hormigonera del medio campo. Escoltados por ocho centuriones por detrás de la pelota, los tres atacantes destartalaron a los brasileños, con sus centrales fuera de lugar y ante un panorama que detestan los de su puesto: sin ariete como referencia. Y sin la escoba de Casemiro —sancionado— por delante.
Con Marcelo explotando su indisimulada alma de extremo, el equipo sudamericano se veía forzado a desplazar a Miranda sobre Lukaku, con lo que Thiago Silva era el único alguacil de De Bruyne y el flojo Fagner estaba expuesto ante Hazard. En definitiva, tres duelos esgrimistas, uno contra uno, de los que los belgas salieron asiduos triunfadores.
Frente a la agudeza y movilidad de la vanguardia de Bélgica, la Canarinha fue mucho más previsible. Gravitó, como acostumbra, una y otra vez sobre el costado izquierdo, la veta de Neymar y Coutinho con Marcelo al quite. Sin embargo, Thiago Silva, con un remate al palo, y Paulinho, con un punterazo al aire, estuvieron a punto de marcar en dos saques de esquina. Vía por la que Bélgica encontró su primer, gol, de Fernandinho en dirección contraria tras una peinada de Kompany. A Brasil, que acababa de encajar el segundo gol en lo que iba de torneo, le faltaba salsa, ritmo. Mientras, su oponente picaba en cada contra y apenas se angustiaba. Donde no llegaban Fellaini y Witsel con el pico y la pala emergía Courtois, tan sobrio como ágil toda la noche.
Fuente: El País.es