Heubel, de 83 años, saca un valioso documento de su carpeta: una vieja carta amarillenta caligrafiada por su padre, un soldado alemán capturado al final de la Segunda Guerra Mundial.
"Es su última señal de vida, la última vez que nos escribió", cuenta la anciana en su departamento de Nördlingen, en Baviera, en el sur de Alemania.
Su padre, Gerhard Stürzebecher, era un soldado del ejército alemán durante el Tercer Reich. En 1945, fue internado en un campo de prisioneros controlado por la Unión Soviética en Austria. Diethild Heubel tenía 10 años. Su madre y ella nunca volvieron a saber de él.
"Éramos refugiadas, lo habíamos perdido todo, pero lo peor es que jamás supimos lo que le había ocurrido", lamenta sin apartar la mirada de una foto suya de cuando era niña, sentada en las rodillas de su padre, con una sonrisa en los labios.
"Sigo pensando en él cada día. Era maestro de escuela, no le gustaba la guerra y, sin embargo, tuvo que combatir en las dos guerras mundiales", dice la anciana. "No saber cómo murió ni dónde está enterrado... Es duro".
Numerosos alemanes siguen buscando a miembros de su familia, militares o civiles desaparecidos desde 1945. Sus solicitudes llegan a la oficina del servicio de búsquedas de la Cruz Roja alemana en Munich, creada al final de la Segunda Guerra Mundial para encontrar el rastro de 20 millones de desaparecidos.
"Al principio, el número de casos dilucidados era muy alto. Pero quedan cerca de 1,3 millones de destinos que probablemente no conoceremos nunca", dice el director del servicio, Thomas Huber, de 59 años.
Para intentar resolver esos enigmas, su oficina estudia archivos alemanes, soviéticos y de la ex-RDA.
"Es especialmente difícil encontrar a soldados muertos en campos soviéticos, sobre todo porque sus nombres estaban mal escritos o sus fechas de nacimientos eran erróneas", explica Christoph Raneberg, que dirige los archivos del servicio de búsquedas en Munich.
Unos tres millones de alemanes fueron capturados por el Ejército Rojo durante la guerra. Las autoridades soviéticas siempre afirmaron que casi el 10% de ellos murieron en los gulags, mientras que Alemania considera que en realidad fallecieron un millón de personas en detención.
Los últimos supervivientes pudieron regresar a casa a mediados de los años 1950, tras la muerte de Josef Stalin.
Casi 75 años después del final de la guerra, los archivistas reciben todavía 9.000 solicitudes cada año, que proceden "a menudo de los nietos, que se interesan por la historia de su familia", precisa Thomas Huber.
Y cerca de la mitad de los casos se resuelven. A veces de forma extraordinaria, como en 2010, cuando se reunieron dos hermanos separados en 1945: uno vivía en Alemania del Este; el otro, en Alemania del Oeste.
"Los casos relacionados con niños perdidos o separados al nacer son siempre espectaculares. Pero, para nosotros, cada caso es importante", dice Huber.
Stephan Haidinger, de 40 años, decidió seguir el rastro de su abuelo el año pasado. "Tuve un cáncer y durante el tratamiento pensé mucho en mis antepasados. Me di cuenta de que me dolía el hecho de no conocer a mi abuelo", recuerda este empleado de almacén de Glonn, un pueblo de Baviera.
"Solamente sabíamos que había sido arrestado al final de la guerra e internado en un campo, pero no sabíamos por qué, puesto que no era soldado".
La Cruz Roja apenas tardó cuatro semanas en encontrar respuestas. "Me enteré de que había sido denunciado como dirigente de un grupo del NSDAP (el partido de Adolf Hitler) en Berlín y de que había muerto en un campo de concentración en 1946. Fue un shock pero estaba aliviado de haber obtenido una respuesta", dice Stephan Haidinger.
Ahora sabe que su abuelo fue enterrado en una fosa común del norte de Alemania, que tiene previsto visitar. Será "un poco como si lo conociera por primera vez", anticipa.
Pero con el tiempo y la desaparición de los testigos, la Cruz Roja y el gobierno alemán decidieron poner fin a sus búsquedas en 2023.
"Disponemos de todos los archivos existentes, ya no encontraremos nuevas fuentes de información", asegura Huber, que promete no escatimar esfuerzos en los cinco años que le quedan a su organismo.
Diethild Heubel conservó toda su correspondencia con el servicio de la Cruz Roja. Confirma, una carta tras otra, que la investigación sobre su padre no dio resultado.
Pero la octogenaria se niega a abandonar. "No puedo (...) pasar página. Seguiré buscándolo hasta mi muerte. No pierdo la esperanza de que, algún día, alguien lea su nombre y me diga: 'Lo conocía, esto es lo que le ocurrió'".
Fuente: Clarín.com