Las cenas de Estado tienen un sinfín de lecturas políticas y la primera de Donald Trump no fue ajena a ello. En el convite de gala, la noche del martes, en honor al presidente francés, Emmanuel Macron, y su esposa Brigitte, el republicano Trump y su esposa Melania no invitaron a ningún político demócrata. Tampoco a periodistas, contra los que Trump está embarcado en una guerra declarada. Y no hubo una presencia significativa del mundo cultural.
De los aproximadamente 130 invitados que se agolparon en un pequeño salón de la Casa Blanca, los más conocidos fueron altos ejecutivos, muchos de ellos millonarios, como el propio Trump. El estadounidense Tim Cook, consejero delegado de Apple, y Bernard Arnault, responsable del grupo Louis Vuitton, se sentaron en la mesa principal junto al matrimonio Trump y Macron. También lo hizo Mike Pompeo, director de la CIA y candidato a secretario de Estado.
La fortuna combinada de Arnault y la de otros cuatro comensales supera los 114.000 millones de dólares, según el índice de multimillonarios de la agencia Bloomberg. Los restantes son el magnate australiano de comunicación Rupert Murdoch, el consejero delegado del fondo de inversión Blackstone, Steve Schwarzman, el inversor Henry Kravis y el fundador de FedEx Fred Smith.
Otros asistentes fueron Marillyn A. Hewson, consejera delegada del fabricante militar Lockheed Martin, la francesa Christine Lagarde, directora gerente del FMI, o el exsecretario de Estado con Richard Nixon y gurú geopolítico Henry Kissinger. La mayoría de miembros del Gobierno del republicano acudieron a la cena, así como algunos ministros de Macron. La cúpula conservadora del Congreso también hizo acto de presencia.
Al margen de la ausencia demócrata, otra novedad fue el menor número de invitados respecto a citas similares. Por ejemplo, unos 400 comensales estuvieron en una cena de gala al primer ministro italiano durante la presidencia de Barack Obama. La primera cena de Estado de Obama, en 2009 en honor al líder de India, contó con 300 invitados.
Pero Melania Trump, que llevaba meses organizando la gala, quería que fuera un evento íntimo. Era una prueba de fuego para la primera dama estadounidense, que preparó al detalle la primera cena de Estado del matrimonio presidencial en la Casa Blanca. Esos acontecimientos pomposos no solo escenifican la sintonía con un país aliado sino que desatan un sinfín de lecturas.
A diferencia de la mayoría de primeras damas modernas, en la preparación de su primera cena de Estado Melania no contrató a un asesor externo sino que ella misma, junto a un pequeño equipo, ha liderado ese esfuerzo. La portavoz de la primera dama ensalzó su conocimiento en “diseño” fruto de sus estudios de arte y arquitectura y su carrera como modelo profesional.
En los detalles de la gala, Melania lanzó varios guiños a sus tres últimas predecesoras. En el menú se sirvieron hortalizas plantadas en el huerto de la Casa Blanca, que fue una iniciativa de Michelle Obama en su programa de fomento de la alimentación infantil. La vajilla fue la utilizada por Hillary Clinton y Laura Bush.
Se colocaron cerca de 1.200 ramas en el vestíbulo que lleva al salón de la Casa Blanca, donde se celebró el convite. En las mesas de la cena hubo más de 3.500 tallos de flores blancas. La música fue a cargo de la orquesta del Kennedy Center.
Y el menú tuvo referencias a la cultura francesa. Una selección de hortalizas fue el primer plato en servirse. El principal consistió en cordero cocinado al estilo cajún de Nueva Orleans y con hierbas del huerto de la Casa Blanca. El postre fue una tarta de nectarina. Y los vinos eran de ambos países.
Fuente: El País.es