Estados Unidos se miró ayer en el espejo de la historia. Cincuenta años después del asesinato de Martin Luther King, el país vibró en recuerdo de un símbolo que nunca desfallece. Tanto ahora como entonces, no hay día en que la lucha emprendida por el reverendo no vuelva a cobrar sentido. El racismo y el odio al otro, ya sea en la forma de muros, abusos o crímenes, persiste y con ellos la llama que prendió King.
La fiebre conmemorativa alcanzó el nervio de la nación y salpicó de actos todos aquellos lugares donde King dejó su huella. Desde Selma hasta Atlanta. En esta euforia, el presidente Donald Trump emitió un vídeo con un encendido elogio a “un héroe americano” y no hubo político de talla nacional que no lanzase su proclama ni medio de comunicación que no rivalizase en su despliegue.
Fue una sacudida emocional que tuvo su punto neurálgico en Memphis (Tennessee), concretamente en el Motel Lorraine, en cuyo balcón central murió King de un tiro a las 18.01 del 4 de abril de 1968. Allí, en lo que ahora es el Museo Nacional de los Derechos Civiles, se congregó una multitud que por la tarde iba a protagonizar la marcha central del aniversario.
“Estuve en Alabama en los años sesenta y ahora estoy aquí”, comentaba Kathy, una jubilada blanca de 65 años. “King sigue vivo entre sus seguidores, fue una especie de profeta que nos abrió los ojos a muchos. Y es verdad que desde entonces hemos avanzado, pero no lo suficiente. El principal problema es la desigualdad y la pobreza”, decía Kathy.
En el mismo sentido se expresaban Sherwanda y Donald, una pareja de ejecutivos negros y treintañeros. Para ellos, la discriminación racial subsiste (el 61% de los estadounidenses lo admite, según Pew Research), pero el gran problema radica en la distribución de la riqueza, en el hecho de que nacer negro duplica el riesgo de caer en la pobreza. “Es más importante la cuestión económica que la racial, porque es la que perpetúa los estereotipos y margina a los colectivos”, señalaban.
“En eso Martin Luther King también actuó como un visionario, porque su lucha fue contra la desigualdad no solo la de los negros, sino la de todos. Sabía que si se reducía la pobreza, descendía la discriminación”, indicaba Michael, profesor negro, de 35 años.
Unos y otros reconocían que con Trump, que sólo obtuvo un 8% del voto negro,el progreso social que se logró con Barack Obama se había frenado. “Más que racista, el presidente es un capitalista que no conoce a los pobres”, decían Sherwanda y Donald. “Trump no sabe lo que es sufrir ni pasarlo mal. Para él, los desfavorecidos son fracasados de los que hay que alejarse”, remataba Michael.
Fuente: El País.es /Jan Marínez Ahrens