La línea dura en la política migratoria del presidente Donald Trump en la frontera con México ha sido noticia mundial. Pero a cientos de kilómetros de distancia, las incursiones en lugares de trabajo en pequeñas ciudades de Estados Unidos también están teniendo un profundo impacto en estas comunidades.
Esa mañana, Carmen se despertó alrededor de las 5:00 am, como casi todos los días, para preparar la comida que su hija, de 20 años, llevaría al trabajo. Le preparó unas quesadillas, pollo, huevos, arroz y frijoles, y empacó todo con una botella de agua y frutas.
La luz del día había comenzado a colarse por la ventana de la cocina, donde Carmen hacía el menor ruido posible para no molestar a sus dos hijos, uno de 26 y otro de 24, que aún dormían. La salud del más joven se había deteriorado en los últimos tiempos y su vida se había volcado, en gran medida, a cuidarlo.
Diez años después de cruzar la frontera sin papeles, Carmen se había reunido con tres de sus hijos. Habían llegado separados a lo largo de los años y se habían quedado, indocumentados. Su otra hija era la única que todavía vivía en México.
“Descansa un poco, mami”, dijo su hija mientras bajaba las escaleras del porche de la pequeña casa rodante donde vivían en esta comunidad de inmigrantes, en su mayoría mexicanos, en la ciudad de Norwalk, en la zona rural de Ohio.
Se abrazaron con cariño, Carmen dijo “Dios te bendiga, te amo” y la vio irse.
Carmen se sentía cansada, el calor de primavera solo empeoraba las cosas y volvió a la cama para tomar una siesta. Poco antes del mediodía, cuando estaba “teniendo sueños”, sonó su teléfono móvil. Ella lo ignoró. La persona, una amiga, volvió a llamar y, de nuevo, ella no contestó. Cuando sonó por tercera vez, se despertó y respondió.
“¿Qué está pasando?”.
“Entraron al lugar ofreciendo donuts”
La hija de Carmen había llegado a Estados Unidos ocho meses antes con una visa que ya expiró, y no regresó a su país. Encontró un trabajo en una empresa de jardinería cerca a su casa, donde trabajaban muchos de sus 300 vecinos. Solían salir temprano, cuando alguien venía a buscarlos, y regresaban ya tarde.
Ese 5 de junio, poco después de las 7:00 am, cerca de 200 agentes federales armados, al parecer acompañados por perros y helicópteros, llevaron a cabo una sorpresiva redada de inmigración. Agentes encubiertos entraron al lugar ofreciendo donuts y, cuando todos estaban reunidos en una habitación, los sorprendieron gritando órdenes.
Los ciudadanos estadounidenses fueron separados a un lado y los inmigrantes indocumentados a otro. “Queríamos correr”, decía una amiga de Carmen, “pero no podíamos. Si corríamos a un lado, ahí estaban. Si corríamos al otro lado, también allí. Estaban por todas partes”.
Allí, 114 trabajadores indocumentados fueron arrestados. Alrededor de 50 vivían en el parque de casas rodantes.
“No sé qué van a hacer con nosotros. No tenemos trabajo, no sabemos a dónde ir y estamos sin documentos. Tenemos miedo”.
Fuente BBC Mundo