Moverse en Venezuela se ha convertido en un suplicio. El deterioro del transporte es un resumen casi perfecto de los múltiples efectos de la crisis que vive el país, porque en él convergen la falta de dinero en efectivo, el estado de los servicios públicos y la imposibilidad de reparar vehículo.
Decenas de personas se empujan por subir a un camión con una lona azul con dibujos de frutas en un barrio popular de Caracas. Bastan dos centímetros para apoyar la punta del pie y agarrarse con tres dedos.
Es una escena que se repite en la capital y en toda Venezuela. La imagen del colapso del transporte que obliga a los usuarios a hacer largas colas, a subirse a vehículos no aptos para el traslado de personas o a caminar y desgastar zapatos que son ahora difíciles de reponer.
La del transporte es una de las muchas crisis que sufre Venezuela, pero es una de las que mejor deja ver la situación del país. Porque en ella convergen la falta de dinero en efectivo, la ausencia de repuestos para los vehículos, el deterioro de servicios públicos y la viveza de algunos para hacer negocio con la necesidad.
El camión de frutas desde hace unos meses llena los espacios que el autobús tradicional ha ido dejando.
En una de las muchas colas al sol en Caracas espera Wilmer Ruiz, que vive en la parte alta de Petare, uno de los grandes barrios de Caracas que se eleva de forma irregular sobre un cerro.
"Tengo que salir de mi casa a las 5:30 o 6:00 de la mañana si quiero llegar al trabajo a las 8:00, pero nunca llego en hora", cuenta.
stá ya de vuelta del trabajo y lleva de la mano a su hijo de 3 años. Espera cualquier transporte que monte gente: autobús, camión o todoterreno. "Prefiero la buseta (bus) antes que el camión, porque me da miedo por el chamo (niño), por su seguridad, pero qué hacemos. Es esto, esperar dos horas o subir caminando", dice.
La cola se deshace y deviene en turba. Wilmer me deja con la palabra en la boca, agarra al niño y corre: llega un camión. Abre las compuertas y se llena en menos de tres minutos.
Alfonso va al volante. "Por la mañana hago mudanzas y por la tarde hago este servicio para ayudar a la gente a llegar a casa". En el remolque caben 40 personas y cobra a cada una 5.000 bolívares. Son apenas US$0,006 al cambio en el mercado paralelo, pero toda una fortuna ante la falta de efectivo que enfrenta Venezuela.
"También lo hago para redondear el salario y tener efectivo", confiesa Alfonso.
ESPERAR Y CAMINAR
"Nos montan en camiones como cochinos, desde enero estamos así. Yo no me monto en eso, es peligroso", cuenta Marlyn Serrano, otra vecina de Petare. "Si no viene buseta, subo caminando a casa". No llegan. Y las que llegan van llenas y hasta con gente colgada fuera.
La estampa se repite en cada parte de Caracas y no sólo es reflejo de los problemas de los usuarios, sino también de los prestadores del servicio.
elson Vivas es el secretario ejecutivo del Bloque de Transporte Suroeste de Caracas, una cooperativa que tiene cinco rutas de buses.
"En origen tenemos 225 unidades, pero ahora mismo solo salen a trabajar unos 60 o 70 carros. Hay una ruta que prácticamente la perdimos. De 43 unidades quedaron tres y tuvimos que pasarlas a otra ruta con más demanda", dice.
El motivo por el que se pierden tantos vehículos tiene su raíz en la falta de repuestos o la imposibilidad de pagarlos si no se reciben dólares del exterior, me cuenta Vivas.
"La crisis inflacionaria hace que cualquier repuestico valga una fortuna. O que no haya. Al que le roban la transmisión se queda fuera de servicio porque Encava -la principal marca de autobuses en el país- no tiene repuestos".
Una transmisión puede costar más de 200 millones de bolívares (unos US$270 en el mercado paralelo, el de referencia) y un autobús, cuenta Vivas, no llega a producir 40 millones de bolívares mensuales. Cinco meses de trabajo por el repuesto.
"Estamos trabajando por la necesidad. Pero salimos a pérdida y cualquier accidente grave o un robo nos manda al estacionamiento, como el 80 por ciento de nuestros compañeros", concluye.
TRABAJAR DESDE CASA
La clase media que tiene auto pasa por lo mismo. Gioconda Motta es jubilada y vive en una zona residencial de clase media-alta. Hace un año se le averió su vehículo.
"Al ser un modelo europeo tengo que buscar repuestos originales porque de otros no hay… Bueno, de estos tampoco". Acostumbrada a ir y venir a su aire, ahora depende de los buses y de su hijo.
Aunque Aída Pérez ya tiene edad de estar jubilada, debe trabajar para llegar a fin de mes. Vive en otra zona residencial de Caracas. Hacer cualquier gestión se le ha hecho cuesta arriba.
"Estamos trabajando por la necesidad. Pero salimos a pérdida y cualquier accidente grave o un robo nos manda al estacionamiento, como el 80 por ciento de nuestros compañeros", concluye.