Cuando se atraviesan las gigantescas puertas de la muralla que rodea el hotel Ritz-Carlton de Riad se entiende que, por unas semanas, se convirtiera en la prisión más lujosa del mundo. El hotel es un imponente palacio pomposamente adornado con jardines y fuentes pero parece también una fortaleza impenetrable.
Para entrar aún hay que superar estrictas medidas de seguridad. Los hombres, por la izquierda, y las mujeres, por la derecha, deben pasar sus objetos personales por un escáner y un arco de seguridad. Los guardias buscan especialmente cámaras indiscretas. Nada de fotos incómodas: "No se pueden tomar imágenes de las personas, sólo fotografías generales", exigen.
En el espacioso y lujoso vestíbulo del hotel, hasta cuatro guardias de seguridad armados disimulan sus pistolas bajo la axila, ocultas entre los picos de sus 'dishdashas' blancas y rojas. Van vestidos con la indumentaria tradicional saudí y saludan amablemente mientras dan cientos de pasos perdidos. Es imposible distinguir si hay más seguridad de incógnito, pues ataviados así los vigilantes se confunden fácilmente con los clientes.
El hotel ha reabierto al público a mediados de febrero, después de que las autoridades saudíes recluyeran en esta 'cárcel de oro' a más de 200 príncipes, altos funcionarios y empresarios desde el pasado noviembre. Cuando empezaron a llegar los primeros reos, los huéspedes fueron desahuciados, las reservas, canceladas y las líneas telefónicas y de internet, desconectadas. La reconversión del palaciego albergue en 'Alcatraz' incluyó la retirada de sus recargadas suites de todos los objetos afilados o pesados, desde los ceniceros hasta las mamparas de la ducha. El fin era evitar posibles intentos de suicidio, asegura el diario 'Financial Times'. Las puertas de las habitaciones siempre se mantenían abiertas y estaban flanqueadas por guardias de seguridad. El contacto entre 'presos' estaba prohibido, aunque se les permitía hablar por teléfono con sus familias regularmente.
Para matar el tiempo entre interrogatorios, los prisioneros podían ver la tele en pantallas de 42 pulgadas. Las personalidades encerradas en el Ritz-Carlton estaban acusadas de corrupción, blanqueo de capitales y otros cargos por la agencia Anticorrupción, organismo liderado por el príncipe heredero, Mohamed bin Salman. Uno de los pilares de su ambicioso plan de reformas es acabar con la cultura endémica de la corrupción. Entre los detenidos se encontraban el inversor, filántropo y mediático príncipe Alwaleed bin Talal y el dueño de la red de canales de televisión MBC -la mayor empresa de medios de comunicación de Oriente Próximo- Walid al Ibrahim.
Un rastro borrado
La mayoría fueron liberados semanas después, tras llegar a acuerdos con las autoridades para evitar ser enjuiciados. En el caso de Al Ibrahim, algunas informaciones apuntan a que el pacto incluiría que el Estado se queda con parte de sus acciones en MBC. El príncipe Alwaleed bin Talal, dueño de uno de los símbolos del skyline de Riad -el Kingdom Tower, que alberga el hotel Four Seasons, del que es accionista-, manifestó poco después de ser liberado que "todo había sido un malentendido". En el rascacielos donde el príncipe Bin Talal tiene su despacho personal aseguraban que se encuentra fuera del país en estos momentos.
A principios de febrero todavía quedaban 56 detenidos esperando resolver su caso, que habían sido trasladados desde las enmoquetadas suites con el emblema de la corona y el león a una prisión, esta vez de verdad. La Fiscalía General saudí afirma que se han recuperado 100.000 millones de dólares en esta operación. El Gobierno intenta ahora restaurar la confianza en el mercado financiero patrio.
A medida que 'sus ilustres prisioneros' abandonaban el hotel se iba borrando su rastro. Como ha pasado con las huellas de otros huéspedes ilustres que se alojaron allí. En mayo de 2017, por ejemplo, Donald y Melania Trump se hospedaron en el hotel durante su visita a Riad. Previamente, en 2014, también Barack Obama ocupó sus principescos aposentos. Situada en el barrio diplomático de Riad, la propiedad donde se alza el Ritz-Carlton se concibió originalmente como un palacio que sirviera de residencia a mandatarios internacionales. Por eso, su arquitectura es similar a la de otros palacios árabes.
Hace un par de semanas que el Ritz-Carlton ha vuelto a admitir reservas, con tarifas que parten de los 550 euros, para sus 492 fastuosas habitaciones -las 49 Suites Reales tienen 425 metros cuadrados-. La suntuosa danza entre clientes y servicio vuelve a acompasar sus movimientos como siempre. Los camareros sonríen al distinguido visitante al recomendarle el mejor té de la casa: "El 'Rosa de Taif' lleva pétalos de las famosas rosas recolectadas en esa provincia y fragmentos de pan de oro". Cuesta 55 riales (casi 12 euros). Mientras un músico toca el laúd árabe sentado en un pequeño rincón decorado al estilo beduino, los huéspedes más curiosos se hacen 'selfies' desde todos los rincones de la amplísima recepción del hotel.
Al salir, los guardias de seguridad se despiden amablemente obviando sus pistolas: "Espero que hayan pasado un rato agradable".
Fuente: El Mundo.es
Rosa Meneses