El desmantelamiento de la Unión Soviética y del bloque comunista a finales de los 80 y principios de los 90 dejó a EE.UU. como la única superpotencia mundial, con una supremacía militar y económica inigualable en el resto del mundo. Esa preponderancia está ahora amenazada por la expansión de dos potencias “revisionistas” que están cambiando el ‘statu quo’ estadounidense, según Donald Trump. El presidente de EE.UU. presentó ayer su primer plan de estrategia nacional de seguridad,que señala a China y a Rusia como principal desafío para la seguridad y los intereses de su país.
“Después de haber sido desechada como un fenómeno del siglo pasado, la rivalidad entre superpotencias ha vuelto”, asegura el documento, que se publica al comienzo de cada presidencia por mandato del Congreso. Ni George W. Bush ni Barack Obama, los dos antecesores inmediatos de Trump, habían acompañado la publicación de la estrategia con un discurso del presidente. Pero Trump estaba muy satisfecho con el contenido del documento y optó por hacer una presentación pública, como una oportunidad de regresar a varios de sus grandes temas de campaña, como el ‘América primero’.
De hecho, su discurso apenas mencionó a otras potencias, ni detalló qué medidas desarrollará su Gobierno contra las amenazas a la seguridad de EE.UU. Fue una intervención con aire de campaña electoral, de renovar los votos con su base para construir un país más fuerte, una nueva invitación a seguirle en su marcha hacia la tierra prometida del ‘Make America Great Again’ (‘Hacer grande otra vez a EE.UU.). “Cuando el pueblo estadounidense habla, todo el mundo debería escuchar. Y el pueblo estadounidense habló con claridad hace un año”, dijo en referencia a su victoria electoral y aseguró que el resurgimiento del “optimismo” y la “confianza” en el país contrarrestarán los errores del pasado en política internacional y permitirán fortalecer los valores fundamentales del país: “Una nación sin fronteras no es una nación. Una nación que no protege la prosperidad en casa no puede proteger sus intereses en el extranjero. Una nación que no está preparada para ganar una guerra no es capaz de prevenir un conflicto. Una nación que no siente orgullo por su historia no puede confiar en su futuro, y una nación que no no está segura sobre sus valores no puede reunir la voluntad para defenderlos”.
Trump mencionó la reciente llamada del presidente ruso, Vladimir Putin, para agradecerle la colaboración de la inteligencia estadounidense en la detención de terroristas que planeaban un gran atentado. “Así es como deberían ser las cosas”, dijo, pero insistió en que “nosotros nos defenderemos a nosotros y a nuestro país como nunca se ha visto”.
Fue una de las pocas menciones a otras potencias, aunque en el documento se explica que China y Rusia “están decididas a que sus economías sean menos libres y menos justas, a fortalecer sus ejércitos y a controlar la información para reprimir a sus sociedades y ampliar su influencia”. Señalar con el dedo a Pekín y Moscú es en cierta manera un cambio de rumbo en la política exterior de Trump en los once meses que lleva al frente de EE.UU. Durante su campaña electoral, Trump atacó sin descanso los abusos económicos y comerciales de China, a la que acusó de “violar” a EE.UU. Ya en la Casa Blanca, moderó su discurso, buscó mantener una relación positiva con el presidente Xi Jinping y trató de presionar para contener los avances nucleares de Corea del Norte. Sin embargo, el documento habla de China como “competidor estratégico” y detalla su agresividad económica y la incidencia negativa en los intereses estadounidenses, así como su expansión militar y sus ambiciones territoriales, como la construcción de islotes artificiales en el Mar del Sur.
Con Rusia, al menos en lo dialéctico, también ha tratado de entablar una relación correcta. Trump se ha negado a criticar la anexión de Crimea y las injerencias en Ucrania. Pero el documento, al igual que con China, es más duro.
“Estos competidores hacen necesario que EE.UU. revalúe sus políticas de las dos últimas décadas, basadas en la asunción de que la relación con sus rivales y su inclusión en las instituciones internacionales y en el comercio global les convertirían en actores benignos y socios de confianza”, indica el informe. “Pero en la mayoría de las ocasiones, esta premisa ha demostrado ser falsa”.
En su discurso, Trump desterró el multilateralismo de Obama y defendió un “nuevo liderazgo de EE.UU.”, en el que habrá “cooperación y reciprocidad” pero dentro de una visión del mundo con naciones “fuertes, soberanas”. Sobre su relación con sus aliados europeos insistió en que no permitirá “la morosidad en las contribuciones a la OTAN mientras nosotros garantizamos su seguridad”.
Pero Trump, en líneas generales, pareció mirar mucho más hacia dentro de las fronteras de EE.UU. que hacia afuera, con la mente puesta en su base electoral. Repasó sus esfuerzos en inmigración, el despegue de la bolsa, su reforma fiscal o los planes para construir un muro con México y lo trufó todo de alusiones patrióticas: criticó a los anteriores líderes “que se olvidaron del destino y la grandeza de EE.UU.”, habló de “un nuevo despertar” del país, de su “patriotismo y orgullo” y llamó a los estadounidenses a unirse a su visión: “Si nos comprometemos a competir y a ganar otra vez, conseguiremos una América más grande que nunca”.